A manera de prólogo…

El 22 de Octubre de 1942 fue sin duda un día como muchos para la humanidad. Para mí y para los años subsiguientes de mi vida, fue de gran importancia. Había almorzado en compañía de mi mujer – que ocupaba el puesto de secretaria -, volvíamos a la oficina, cuando atrajo mi atención un gran letrero en la calle Reconquista. «¡Qué lástima!», exclamé y ésto era la sincera expresión de lo que sentía. Había descubierto una propaganda de la firma Casal, Manfredi, Pérrego & Cía., quienes remataban los terrenos del llamado «Parque Richmond»-

«¡Qué lástima! … sí, de eso son capaces esos oligarcas, pequeños hijos de grandes padres, de quienes no han heredado más que apellido y quizá fortuna. Nombre y fortuna sí, pero jamás se vió en ellos rastro del empeño y espíritu creador de su progenitor. Rematar … para que surgiera en aquel hermoso pedacito de tierra la misma aglomeración de casas de familia – tan en auge en el Gran Buenos Aires -. Rematar … y hasta eso lo encargan a otros!

Beba sabe que nueve años atrás trabajé mucho para poner en marcha el proyecto «Parque Richmond». A su pregunta; «por qué no lo intentas nuevamente?» no pude menos que responder; «¡Dios me guarde!», «¡Dios me guarde!»…, pienso nuevamente… y recuerdo cuánto luché y sufrí nueve años ántes… 

 

1er. CAPÍTULO

1933

Buscando terrenos apropiados…

F.I.N.C.A. no está más que en sus comienzos, pero hace tiempo que me ocupa la idea de una agrupación de viviendas en forma planificada, como las conocidas en Europa desde hace varias décadas.-

En la Argentina no existe tal cosa. Rematadores ambiciosos y a menudo inconcientes venden algún terreno más o menos grande que luego se divide en lotes. Los compradores son atraídos con mucha propaganda y …manos a la obra. Hay quienes edifican y hay quienes dejan su terreno abandonado durante varios años, o quizás décadas. Quienes edifican, lo hacen naturalmente a su gusto y gana.-

Mi sueño era, en el caso F.I.N.C.A., romper con tan espantoso sistema y mostrar al país en qué forma debe hacerse.-

Hacía mucho que mi socio, Dr. Germán Wernicke, y yo buscábamos un terreno apropiado para nuestros planes. Lógicamente mi interés se concentró en el Norte del Gran Buenos Aires, ya que esa era la región que todos conocían y a todos interesaba. Desgraciadamente no encontrábamos nada adecuado. O el terreno era demasiado chico para nuestra idea o era demasiado caro, o los alrededores estaban ya tan «arruinados», que no había la menor perspectiva para mi idea.-

 

Primera visita a la futura Ciudad-Jardín.

Cierta tarde, tomando la acostumbrada taza de té con un amigo del Dr. Wernicke, Don Ramón Palacio, éste nos sugirió no concentrar nuestra atención únicamente en el Norte. El Oeste también era interesante y él conocía allí algo especial. «¡Por Dios!», fue la asustada respuesta del Dr. Wernicke. «Qué haremos en el Oeste?, nadie querrá vivir allí, ese proyecto jamás podrá ser llevado a cabo, etc…, etc…!» «Observe por lo menos lo que le ofrezco…», respondió Don Ramón, muy seguro de sí mismo… Y al día siguiente éramos tres en el Plymouth del Dr. Wernicke en dirección al Oeste. Atravesamos la Avenida General Paz, todavía en construcción, cruzamos Caseros y de pronto Don Ramón pide al chofer Petrus que frene. Vemos y nos asombramos … Frente a nosotros está bañada de sol, la futura Ciudad-Jardín Lomas del Palomar. «Hermoso», «maravilloso», no podemos menos que exclamar el Dr. Wernicke y yo… y Don Ramón constata con orgullo no disimulado nuestra agradable sorpresa. Seguimos nuestro camino y cruzamos la barrera. Su guardiana, Señora de Magri, nos explica que la misma no se abre más que dos o tres veces al día para dejar pasar el ganado. Luego la señora nos abre una tranquera cerrada con candado. Le doy la gran propina de un peso y … entramos en el terreno del «Parque Richmond», que así se llamaba.-

Algo así no lo había visto nunca en la Argentina. Me sentía como en un cuento de hadas y el Dr. Wernicke experimentaba exactamente lo mismo. Por doquier avenidas bordeadas de árboles y ante todo atrajo mi atención y admiración la avenida de eucaliptus que atraviesa el terreno en diagonal. Sí, y experimenté sincera admiración por el creador de este paraje, Don Leonardo Pereyra Iraola, quien, como nos contó Don Ramón Palacio, era el creador del lugar. La denominación «Parque Richmond» tenía su origen en un lugar similar en las cercanías de Londres, que visité varios años más tarde.-

Quisiera dejar constancia nuevamente de mi admiración por Don Leonardo Pereyra Iraola, quien fue uno de los pocos argentinos que se han interesado en la plantación de árboles, de árboles que tanta falta hacen al país. En una palabra, se preocupó por inculcar a los argentinos amor a los árboles. Desgraciadamente el profundo sentido de su intención ha sido asimilado sólo en muy pequeña medida. El pueblo argentino debería dedicar un digno monumento a Don Leonardo Pereyra Iraola. Verdaderamente lo ha merecido.-

Contemplando aquel paraíso, pensé que aquello era lo que tanto había buscado. Allí y en ninguna otra parte debía surgir nuestra futura Ciudad-Jardín. Jamás había imaginado que existiera algo tan lindo en el Gran Buenos Aires. Volvimos por la avenida de los eucaliptus y encantado dije a mi viejo amigo: «Cuando construyamos la Ciudad-Jardín, llamaremos esta calle ‘Avenida Germán Wernicke'». El Dr. Wernicke rió… No supuso que mantendría mi promesa. La Avenida Germán Wernicke es hoy el orgullo de la Ciudad-Jardín.

Don Ramón Palacio solía acompañarnos cuando tomábamos el té todas las tardes con el Dr. Wernicke. Durante el último tiempo el tema del día era exclusivamente «Parque Richmond». Don Ramón era rico en anécdotas y recuerdos juveniles. Una de sus anécdotas no puede dejar de ser contada…

Frente a la cotidiana taza de té los señores buscaban tema en su pasado – y naturalmente cada uno trataba de sobrepasar a su interlocutor con pintorescas andanzas donjuanesca. El escenario de las «memorias» del Dr. Wernicke era generalmente en la Boca, Avellaneda y San Fernando. A Don Ramón al contrario, estos vulgares parajes jamás llamaron la atención. En su juventud él había visto el mundo … y conocido Berlín. De allí contaba tal aventura, que a su juicio hubiera hecho palidecer de envidia al propio Casanova: «Fue en Berlín a comienzos de siglo. Cierto mañana paseando «unter den Linden», descubrí dos hermosísimas mujeres, divinas … que me sonreían en la forma más prometedora. Ayudado por mi diccionario pude iniciar conversación. Los «churros» eran primas hermanas … de familia aristocrática. Una de ellas era berlinesa y su prima estaba de visita. Convidé a las damas a tomar una taza de chocolate en lo de «Kranzler» y luego fuimos a Potsdam (Postdam, decía Palacio), a visitar los castillos. Pasé el día entero en tan envidiable compañía y al caer la tarde me acompañaron a mi cuarto en el hotel y allí me ofrecieron todo lo que tenían para ofrecerme…» Pero apenas llegó medianoche debieron dejarme, pues en casa esperaba la severa mamá y tía…»

Cuando escuché su historia por primera vez, al llegar a este punto lo interrumpí «Pero Sr. Palacio, eran dos p…, dos regias p…, y nada más! ¿Cuánto le costó todo el asunto?» Completamente fuera de sí, Don Ramón exclamó «Cómo se atreve? Sé distinguir perfectamente p…, de jóvenes de sociedad!!! Un poco más y aseguraba que eran las hijas del director del Banco Alemán.- Creo que lo precedente demuestra cuan poco conocimiento respecto a mujeres «tolerantes» tenían los argentinos. No cabe la menor duda que aquellas trotacalles berlinesas eran mucho más «vivas». Y como comparación Don Ramón debía recurrir nada menos que a las «damas» de San Fernando…

Pocos años después murió Don Ramón. Fue enterrado en el cementerio de la Recoleta y con ese motivo conté esta historia y mis dudas al respecto a su socio Manfredi. «Por Dios, pobre Palacio», contestó mi interlocutor. «Le robó la mayor ilusión de su vida». Manfredi conocía la aventura con lujo de detalles.-

Contrato con los señores Pereyra Iraola y Herrera Vegas.-

Volviendo a la futura Ciudad-Jardín, Ramón Palacio había sido encargado de conversar con los dueños de los terrenos, Pereyra Iraola y Herrera Vegas, quienes tenían intención de rematarlos. Resultado de estas tratativas fue la firma de un contrato el 13 de Septiembre de 1933. Según el mismo los señores Germán Wernicke y Erich Zeyen obtenían de los miembros de las familias Pereyra Iraola y Herrera Vegas la opción de declarar dentro de los sesenta días su conformidad de comprar los terrenos del Parque Richmond al precio de 2 millones de pesos (en aquella época aproximadamente 500.000, — dólares). Debían ser pagados: 600.000,— pesos en el acto y 1.400.000,— pesos dentro de cinco años, con un interés del 3% para el primer año, 6% para el segundo y tercero y 8% para el cuarto y quinto.-

En busca de financiación.-

De este modo quedaba todo arreglado. Faltaba sólo la solución de una pequeñez … y esta pequeñez eran los 2 millones, aunque por el momento bastaban los primeros 600.000,—. Ni el Dr. Wernicke, ni mucho menos yo, ni F.I.N.C.A., disponían de tal fortuna. Así me puse a la búsqueda de capitalistas en quienes pensaba despertar interés por el proyecto. Los trámites duraron varios meses y el plazo de opción fue prolongado. Llegué a concertar algunas respuestas afirmativas. Con la participación de capitalistas particulares y especialmente del subgerente del Banco de Boston, Hilary Driscoll, podría disponer de cerca de 1 millón, … que ya era algo.-

No piense el lector que el proporcionarme este dinero fue tan simple, como la enumeración precedente. Al contrario, fueron precisas cientos de audiencias enervantes, de las cuales salía generalmente sumido en pesimismo y habiendo perdido la última esperanza. Nuevamente había oído un «no» de alguien con quien había contado con toda seguridad. La fiel presencia del Dr. Wernicke, con sus consejos y sus relaciones, en todas estas tramitaciones fue sin duda un apoyo inestimable.-

También de él podría contar varias simpáticas historias. Me limitaré a una. El Dr. Wernicke era cardíaco y nada escapaba al severo control de su mujer; no debía tomar alcohol y comer sólo carne de pollo para no engordar, etc. A pesar de todo el Dr. Wernicke vivió feliz muchos años todavía, o quizá justamente por eso.

Por nada del mundo debía sentarse al volante. Los martes el chofer Petrus tenía franco. En tal caso yo ocupaba su lugar. Llevaba al Dr. Wernicke en mi auto al mediodía a su casa. Allí estaba invitado a almorzar. Al Dr. Wernicke le encantaba manejar. Sabía que en mí podía confiar y sintiéndose inobservado, manejaba un pequeño trecho. Esto le causaba un placer infantil, … a mí también. Y después de todo, nunca pasó algo. Generalmente, cuando descendía del auto para abrir alguna tranquera, pasaba el auto a toda velocidad a mi lado. Su conductor irradiaba felicidad. Se comprenderá que tal audacia solamente era factible en ausencia de Petrus. Tremenda desobediencia debía ser transmitida indefectiblemente a la patrona.-

Villa Ilusión.-

La financiación de los terrenos la dábamos por solucionada. Cena en el «München» en el Balneario en compañía de algunos amigos. (La comida en aquel entonces no era mejor que ahora). Brindamos por el cercano éxito definitivo. La voz de un canillita «¡Razón! … con todos los premios… Se aprobó la Ley de Moratoria!!!» me hizo atragantar. Había sucedido lo que yo temía desde hacía varias semanas. Le arranqué el diario al vendedor de la mano. Allí estaba, con todas las letras; el Congreso aprobó la Ley de Moratoria para hipotecas. Es una de las leyes más insensatas que jamás hayan sido aprobada por el Congreso Argentino. Protegía al sinvergüenza y perjudicaba al sincero deudor y pagador. No cabía la menor duda que mis adoradores de dinero se retractarían bajo tales condiciones. No se podía esperar de nadie medianamente cuerdo que invirtiera su dinero en inmuebles, desde que existía tal inseguridad legal de parte del «honorable Congreso».-

Guardando la forma, visité al día siguiente al Sr. Driscoll en el Banco de Boston, quien me recibió diciendonos «después de lo que aprobó este así llamado Congreso, mis amigos no intervendrán en ninguna operación inmobiliaria». No podía menos que dar la razón tanto a él como a sus amigos. Me despedí con profundo pesar y enorme desilusión. A los demás financistas ni me atreví siquiera a llamarles por teléfono. Quería evitar a ambos la desagradable situación. La única respuesta posible me era más que conocida. En la oficina el acariciado proyecto fue a parar al rincón. Para el Dr. Wernicke y para mí pasó a ser «Villa Ilusión»…

Barrio F.I.N.C.A. en Béccar.-

Cajas de Crédito Recíproco.-

En todo esto pensaba, cuando mi mujer me sugería volver a empezar. No, mil veces no. Mi propósito era irrevocable. Vivir nuevamente aquellas desilusiones… ni soñando. Mis recuerdos retrocedieron lentamente por el camino de los nueve años transcurridos…

La pequeña F.I.N.C.A. había adquirido importancia. Se convirtió en Sociedad Anónima y construyó en el norte de Buenos Aires el aristocrático «Barrio F.I.N.C.A. en Béccar». Con el correr de los años las palabras «F.I.N.C.A.» y «Barrio» habían pasado a ser un verdadero concepto. F.I.N.C.A. era la primera firma en la Argentina que, contrariamente a los barrios de rematadores, trataba de construir en forma orgánica y organizada. Tuvo imitadores, cosa común en la Argentina cuando algo tiene éxito. Por desgracia, ninguno de sus imitadores logró una obra similar.

En el transcurso de los últimos años surgió en el país el sistema de Crédito Recíproco, conocido decenios atrás en Europa. La organización de F.I.N.C.A. para tales fines trabajaba con resultado satisfactorio. También apareció la categoría de individuos que se apoderó del «negocio». La Inspección General de Justicia, quien debía vigilar las Sociedades, no estaba en condiciones de frenar la acción de estos elementos perniciosos. Pronto reinó la corrupción y el engaño en forma inimaginable. En mi desesperación dirigí unos treinta escritos a la Inspección de Justicia, al correspondiente Ministerio y a otras autoridades. De esta manera trataba de salvar un sistema tan útil como provechoso, que hubiera podido dar al país la necesitadas cientos de miles de viviendas, sin que el Estado invirtiera siquiera un peso. Hasta los costos del control eran pagados por las diferentes sociedades a la Inspección de Justicia.

Uno de los focos más dañinos era ARCA Soc.Anón., cuyo directorio aparentemente tenía las mejores intenciones, pero sus ejecutivos estaban en manos de uno de los sujetos más indeseables del mundo económico: un tal Udo Meckeler. Su inmoralidad no conocía límites. Aplicaba sus prácticas comerciales en su sociedad y otras también pequeñas. Y estas prácticas eran un insulto a toda decencia comercial.

La Inspección de Justicia no poseía armas para luchar contra este individuo. Mis desesperados escritos sólo lograron respuesta negativa: «no podemos, son más fuertes que nosotros». Más de una noche de insomnio fue el fruto de esta lucha agotadora, en la que no obtuve más que derrotas… Don Udo y los suyos tenían motivo de risa…

Mientras tanto podían continuar con su acción perturbadora. Hasta que por fin intervino la Fiscalía del Estado, no por medio de la Inspección de Justicia, sino por denuncias particulares. Entonces el Directorio de ARCA no pudo menos que mandar a pasear a Don Udo. Pero ya era demasiado tarde… Sobre las consecuencias de todos estos acontecimientos en el futuro de F.I.N.C.A. hablaremos más adelante.

*Del libro «Así la levantamos… La Ciudad Jardín Lomas del Palomar» de Erich Zeyen, transcripto por Adelaida Zeyen y digitalizado por La Montaña – Museo Taller.

 

 

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